En este texto se busca reflexionar sobre algunos de los vínculos históricos entre Desarrollo, ecología y Socialismo. Describimos brevemente el paradigma de conceptualización del Desarrollo en el siglo pasado y cómo esta conceptualización fue la base de la discusión teórica sobre los diferentes sistemas socioeconómicos. En segundo lugar se plantean algunas cuestiones centrales que desde la ecología hacen a los límites y oportunidades biofísicas de algún desarrollo en el planeta, y ante esta situación algunos apuntes sobre qué principios podrían ser actualizadores de las corrientes de pensamiento y los movimientos que aspiran a la liberación y a la igualdad social.
Hijo de la Modernidad, el concepto de desarrollo comienza a verse reflejado en las ideas de varios de los pensadores de la Ilustración europea del siglo XVIII y más aún en la obra de los economistas clásicos. En el siglo XIX y en el contexto de la revolución industrial, con el avance del positivismo, la ciencia y la racionalidad instrumental vinculada al sistema tecnológico, la idea del progreso dominó las visiones respecto a la dinámica del Desarrollo de las sociedades humanas. Estas ideas redundaron en una aspiración colectiva de mejoramiento de las condiciones de vida a través de la modificación de las relaciones humanas con respecto al ambiente a nivel mundial, siendo el progreso de la ciencia y la técnica el motor de cambio de estas relaciones y de la creciente dominación de la naturaleza.
Luego de la segunda guerra mundial el Desarrollo y principalmente la “economía del desarrollo” se volvieron corrientes en el ámbito político-económico y científico-académico a nivel global. El Desarrollo y la economía del desarrollo quedaron sustentadas en los axiomas de teorías neoclásicas de la economía, y se presentaron como respuestas prácticas frente a desafíos tales como la pobreza y la distribución de la riqueza. Por un lado se distinguieron los países desarrollados y por el otro los países subdesarrollados. Ejemplo claro de estas ideas es el discurso de Truman en 1949 en el que establecía la necesidad de iniciar un “programa nuevo y audaz para lograr que los beneficios de nuestros avances científicos y el progreso industrial estén disponibles para la mejora y el crecimiento de las regiones subdesarrolladas”.
En el ámbito académico las formulaciones teóricas acerca del Desarrollo resultaron casi indistinguibles de las del crecimiento económico, ambos términos aparecían intercambiados en más de una oportunidad. De esta forma el Desarrollo fue quedando atado al precepto de crecimiento económico y a este quedaron subordinados a su vez los temas del bienestar, la desigualdad y la pobreza. Las teorías hegemónicas acerca del crecimiento económico, entendían que la manera de alcanzar el Desarrollo era principalmente a través de la acumulación de capital físico. Se sostenía que un aumento del Producto Bruto Interno per cápita reduciría la pobreza e incrementaría el bienestar de la población, sobre todo mediante un mayor consumo.
De esta manera se consolida desde mediados del siglo XX un concepto de Desarrollo que es percibido como un proceso de evolución lineal esencialmente económico, en el cual a través de la explotación de recursos naturales y siguiendo principios de eficiencia y de rentabilidad económica, los países considerados como subdesarrollados podrían alcanzar el estilo de vida de los países desarrollados.
Frente a la primacía de las teorías neoclásicas de crecimiento económico y al paradigma del Desarrollo surgieron corrientes críticas que buscaron comprender la unión de los problemas sociales y ecológicos que implicaba el desarrollo del capitalismo y un crecimiento económico ilimitado en un planeta limitado. Entre estas corrientes surgen la ecología política, la economía ecológica y la ecología social. La crítica ecologista al concepto económico y al paradigma del Desarrollo agrega, a las que ya les pugnaban otra teorías críticas, que el productivismo que deriva de las estrategias de crecimiento e intercambio económico y el aumento exponencial del uso de materiales y energía por persona tienen un efecto negativo directo sobre las condiciones de bienestar social y ecológicas del planeta.
La crítica ecologista también indicó cómo la ciencia positivista desencadenó una nueva manera de relacionarse con la naturaleza, tan necesaria como los avances tecnológicos para que la actual forma de explotación de los bienes naturales fuera posible. La revolución industrial trasladó definitivamente el centro económico, político y cultural de las sociedades del campo a la ciudad. La naturaleza pasó a ser considerada como un objeto inerte, pasible de ser diseccionado, conocido y dominado y lucrar con él tal cual como con una máquina bajo control humano. El industrialismo segmentó en compartimentos estancos las diversas etapas de la producción, y con ello fue generando una cosmovisión del hombre como un ser por fuera y por encima de la naturaleza, como su amo absoluto e irresponsable, disociado y diferente de ella, y la creencia de efectivamente haberla sometido a sus designios. De la mano vino la arrogancia moderna, producto del asombroso dominio tecnológico que pareció desplegarse frente al ambiente, dominio material e intelectual. En una palabra, el industrialismo produjo una alienación nunca antes conocida, entre el trabajador y el producto de su trabajo, sí, pero fundamentalmente entre el ser humano y el resto del universo.
Los efectos socio-ambientales del productivismo son intrínsecamente insostenibles, no se puede crecer infinitamente en un planeta finito. Esta sentencia tuvo su principal respaldo científico en 1972 en la publicación del informe llamado Los límites del Crecimiento (Meadows et al, 1972) que analizó la evolución de las tendencias globales de la población mundial, la industrialización, la producción de alimentos y la explotación de los recursos naturales. El informe cuestionaba directamente la idea del Desarrollo logrado a través del crecimiento perpetuo, ya que eso sería incompatible tanto con la finitud de los recursos, como con la capacidad de carga del planeta. Al modelar las tendencias se encontró que se alcanzarían los límites del crecimiento en el curso de los próximos cien años y el resultado más probable sería un descenso tanto de la población como de la capacidad industrial.
En aquellos años, el impacto de esas conclusiones fue enorme en algunos ámbitos, y distintos economistas, científicos y políticos de variadas corrientes ideológicas criticaron el análisis, tanto por sus conclusiones como por su metodología. Desde filas de la izquierda, especialmente desde la izquierda latinoamericana, se tildó al informe de ser neomalthusiano, de negar el papel de la ciencia para generar alternativas a los impactos ambientales causados, o de ser una simple manifestación de desarrollismo burgués o imperialista. Para varios intelectuales de izquierda se atacaban aspectos que ellos consideraban positivos, como la modernización, el aprovechamiento de las riquezas naturales latinoamericanas, la producción industrial, y también la idea misma del crecimiento de las economías.
En este sentido se coordinó una respuesta desde la Fundación Bariloche que se presentó en 1975 como un modelo alternativo, titulado: “¿Catástrofe o Nueva Sociedad? Modelo Mundial Latinoamericano”. La propuesta de Bariloche se centraba principalmente en que el problema no eran los límites físicos y ecológicos al crecimiento sino que eran cuestiones sociopolíticas, las que provocaban una distribución desigual de poder tanto entre los países como al interior de ellos. El modelo planteaba como solución una sociedad socialista, basada en la igualdad y la plena participación en las decisiones sociales donde se regularía el consumo material. Esta propuesta significó sin dudas un avance importante, pero no logró captar en su totalidad la crítica ecosocial y defendió un socialismo basado en el crecimiento económico y en el progreso de las fuerzas productivas capitalistas-modernas, solamente con diferencias en cuanto a las formas de tenencia de propiedad de los medios de producción, como si por el mero hecho de socializarlas (sí necesario) bastara para que se beneficien ilimitadamente los trabajadores, y dejando totalmente de costado la crítica sobre el carácter productivista y la insostenibilidad del crecimiento en el mediano y largo plazo.
En el correr de estas décadas el crecimiento de las economías ha sido posible por la creciente población de trabajadores en condiciones de explotación y la creciente extracción, uso y desecho de vidas y materiales de la corteza terrestre y de la biosfera. Como consecuencia, más allá de las recurrentes crisis localizadas y necesarias para el funcionamiento del capitalismo, la humanidad se encuentra en un contexto de crisis y factores de crisis multidimensionales e interrelacionados de los que para este siglo sí se esperan y confirman casi inevitablemente algunas de las consecuencias estimadas en Los límites del crecimiento.
“Esta obra pionera fue revisada, mejorada y actualizada en dos ocasiones: 1992 y 2004. […] En 2012 se publicó otro informe al Club de Roma que ha pasado asombrosamente inadvertido: 2052 de Jorgen Randers. […] Su pronóstico se parece sobre todo al escenario dos de Los límites del crecimiento: crisis de contaminación, con el dióxido de carbono como el principal contaminante persistente a largo plazo. Randers no prevé una suerte de apocalipsis global, sino más bien una lamentable cuesta abajo donde crecen colapsos parciales, graves conflictos y bolsas de miseria mientras que el BAU (business as usual) trata de seguir su huida hacia delante. Los recursos de todo tipo van agotándose, y hay que invertir cada vez más simplemente para mantener el funcionamiento habitual de sistemas cada vez más disfuncionales. Eso sí, las cosas se pondrían mucho peores en la segunda mitad del siglo XXI” (Riechmann, 2016: 26).
En la actualidad esta crisis desestabiliza y amenaza las bases materiales-ecológicas y socioculturales de la vida de la especie en el planeta y sobre todo del Desarrollo de los dos últimos. Escenarios futuros reconocidos a nivel mundial y que tocan a las generaciones de menos de 30 años plantean certezas sobre notorios cambios ambientales que influirán negativamente en la vida humana, generando incertidumbres sobre las posibilidades de habitabilidad de muchos territorios del planeta (Jamair, 2013). Estos cambios serán generados por dinámicas que hoy en día ya se están sufriendo y se agravarán, y de las que es muy difícil escapar sin cambios radicales a nivel mundial y regionales en la cadena de Recursos – Producción – Distribución – Consumo – Residuos. Las principales dinámicas que amenazan las bases económicas mundiales son el cambio climático, la sexta extinción masiva de especies, el traspaso de ciertos umbrales de suma importancia para el funcionamiento de los ecosistemas del planeta (Rockstrom et al, 2009) y la escasez creciente y el despilfarro de recursos (cénits) y sumideros (Tanuro, 2015). A la actual era geológica se le ha llamado Antropoceno así como también Capitaloceno (Thornett, 2016). Estas dinámicas de escala global, bien que existen ámbitos de regulación global y regional que no dejaran de ser necesarios y habrá que adaptarlos, sólo pueden ser atendidas en el presente y en el actuar local, es decir por la gente en el territorio (González-Maya et al., 2012).
Sin embargo aún siendo conocidas estas consecuencias se actúa como si no existiesen, y se continúa dando por hecho que para desarrollarse, los países “subdesarrollados” deberían conseguir/crear mayores sumas de valor agregado e insertarse en diferentes mercados internacionales, alcanzando una mayor eficiencia y mejor competitividad internacional, mediante un uso “intensivo, eficiente y sustentable” de sus recursos naturales. Como ya sostuvo el economista brasileño Celso Furtado (1971) en la década del 70, el desarrollo económico, entendido como la idea de que “los pueblos pobres podrán algún día disfrutar de las formas de vida de los actuales pueblos ricos” es “simplemente irrealizable y esa idea fue utilizada para movilizar a los pueblos de la periferia y llevarlos a aceptar enormes sacrificios, para legitimar la destrucción de formas de cultura arcaicas, para explicar y hacer comprender la necesidad de destruir el medio físico, y para justificar formas de dependencia que refuerzan el carácter predatorio del sistema productivo”.
Y volviendo sobre la voluntad de crecimiento de las economías, el sinsentido que esta lógica desencadena en los “países desarrollados” se puede ver en la «paradoja de Easterlin», la cual muestra que a partir de un nivel de renta per cápita (en torno a los 15.000 dólares) se observa una desconexión entre incremento de los ingresos y el bienestar o felicidad subjetiva, y la renta per cápita continúa en aumento mientras que felicidad subjetiva disminuye (Inglehart y Klingeman, 2000). El bienestar depende fuertemente de dimensiones que no son monetarizables o negociables mercantilmente y a su vez el afán por incrementar los ingresos y aumentar el consumo perjudican seriamente las relaciones sociales de amistad y familiares y reducen el tiempo de disfrute de los individuos (Riechmann y Carpintero, 2013).
Por otra parte, si hace falta discernir al interior del PIB, es de esperar que sectores relacionados con el recentramiento de las actividades económicas en el territorio, la agricultura ecológica, la producción industrial limpia, las energías renovables, la reutilización y el reciclaje, los consumos colectivos, la restauración y conservación ecosistémica, la adaptación al cambio climático, etc., habrán de crecer. Cuál sea finalmente el saldo de esta operación en términos de PIB no tiene demasiada importancia ya que dependerá de la valoración monetaria que se otorgue a cada una de estas actividades, y el reflejo monetario, a su vez, será función de la distribución de la renta y el poder, del marco institucional, o de los incentivos y las penalizaciones correspondientes (Recio 2007).
Frente al escenario actual, es necesario que las izquierdas reconozcan y analicen el traspaso de los límites sociotécnicos y biofísicos para poder hacer frente a esta crisis civilizatoria y formular estrategias alternativas. En este sentido la ecología, que existe como una limitación clara a la actividad humana, también existe como herramienta para el estudio crítico y transformación del metabolismo socioeconómico de las sociedades, a través de disciplinas como la ecología política, la economía ecológica, la ecología industrial, la agroecología y otras. Sin embargo, para esto debemos detenernos en algunas cuestiones teóricas que hacen a la relación entre el ecologismo y la izquierda.
Abandonando el productivismo y en cambio adoptando la autosuficiencia como el corazón del ecologismo ¿cómo lo ubicamos en relación a la izquierda? ¿Es el ecologismo en sí una ideología de izquierda? ¿Cuál es la relación de la izquierda con el productivismo? Una definición aceptable que incluya todos los movimientos identificados históricamente como izquierdistas sería la de una postura económica y ética, que tiene como metas grados más o menos avanzados de colectivismo económico y justicia social. A la conjunción de estas metas la podemos llamar, laxamente, “socialismo”. A la inversa, el capitalismo se identifica con las posiciones de derecha y, fundamentalmente, con la libertad individual del poder económico. Ahora bien, las izquierdas tradicionales y los diferentes socialismos que se han desplegado a lo largo de dos siglos, han sido anticapitalistas (cuando no capitalismos de estado) pero no antiproductivistas. El capitalismo y socialismo se han basado ambos en el productivismo industrialista. Así, las izquierdas han puesto en cuestión a quién debe beneficiar el desarrollo o crecimiento económico y cómo, pero nunca han puesto en cuestión al propio crecimiento de la extracción y uso de materiales y energía, quedando incapacitada para percibir sus contradicciones y, en última instancia, su imposibilidad en el mediano y largo plazo.
Por otra parte, es claro que el ecologismo es anticapitalista, pero desplaza el foco de atención de la contradicción entre capital y trabajo a la de capital y naturaleza, proponiendo la vía de un vinculo trabajo-naturaleza superador de contradicciones. El acercamiento entre la izquierda y el ecologismo, por su parte, sólo puede suceder si la izquierda tradicional acepta la impugnación ecologista del crecimiento y el Desarrollo, transformándose en consecuencia y conservando su preocupación por la justicia social. Aquí es donde debemos ubicar al ecosocialismo como propuesta de futuro. Aunque sin dudas posee más puntos en común y posibilidades de acción conjunta con la izquierda, esto no obsta que existan tendencias que algunos críticos han calificado de ecofascismo.
Actualmente desde las corrientes ecosocialistas, se retoman ideas libertarias procedentes de lazos que unen a las corrientes anarquistas, socialistas, comunistas, feministas, ecologistas, indigenistas y religiosas. Sus aportes se nuclean alrededor de principios éticos, teóricos y prácticos guiados por la libertad, el bienestar y la sustentabilidad de las relaciones socio-ecológicas.
El sistema tecnológico y la ética de la libertad
En primer lugar, es clave reformular la aspiración a la libertad en torno a un doble eje de pluralidad e igualitarismo y en contra de totalitarismos y jerarquías, que nuclea a diversas experiencias, autores y propuestas, aquí entrelazamos a Bookchin (1982), De Sousa Santos (2009) y Menéndez-Carrión (2015). Se plantea un principio ideológico que da por sentado que la espontaneidad y la proliferación de alternativas no son ofrecidas conjuntamente bajo el paraguas de una única alternativa global, y sí por fuera de aparatos estatales o político-partidarios representativos.
Por otra parte y de manera relacionada al traspaso de los límites dado dentro del sistema tecnológico-productivo imperante, Ivan Illich (1978, p 1) sostiene que “existen características técnicas en los medios de producción que hacen imposible su control en un proceso político”. En este sentido el sistema tecnológico capitalista transgrede lo que el autor llamó umbrales de la crítica, estableciendo entonces un monopolio radical, término identificado por el autor como el estado en que “la herramienta programada despoja al individuo de su posibilidad de hacer” (Illich, 1978, p 39). Un monopolio radical supone el control de las prácticas por parte de técnicos y profesionales, quienes concentran el poder sobre cuestiones específicas. Podemos poner numerosos ejemplos, siendo los más destacados, los procesos de medicalización y de escolarización, la complejización de un sistema tecnológico que se autonomiza y el sistema productivo asociado.
El Ecosocialismo está ligado a una ética de la libertad, que pugna por la autonomización de los individuos y las comunidades, esa autonomización debe tener un elemento de crítica constante y revelación acerca de pretensión de trascendencia de los seres humanos a través de los elementos de mediación, es decir de la tecnología.
Un excelente análisis al respecto es brindado por el sociólogo francés Jacques Ellul quien identifica la independencia del fenómeno tecnológico en la modernidad, que constituye por sí mismo un sistema determinante de las relaciones humanas, la tecnología se reproduce a sí misma y produce un ambiente de mediación intrínseco en el que los humanos se ven inscriptos. De esta forma las relaciones humanas se ven tecnificadas y las aspiraciones sociales se orientan dentro de este marco de progresión y autonomización de las relaciones de mediación. Podemos decir que no es solo el esquema productivo el que está sometido a la primacía de la racionalidad acrítica relacionada al fenómeno tecnológico (Ellul, 1980), sino también las necesidades humanas, solventadas a través de una dialéctica de producción y consumo (Baudrillard, 2007). El bienestar dentro de este nuevo medio humano mediado por el sistema tecnológico se conceptualiza a través de la satisfacción de un nivel de consumo para el que no hay suficiencia, siempre está en crecimiento. Este proceso de autonomización de los elementos de mediación y la conformación de un verdadero sistema tecnológico representa una amenaza genuina a la autonomía de los individuos y las comunidades. Ivan Illich sostiene que “la política real es posible solo para los pobres” (Dauber, Freire et al. 2013. p 67) en el sentido de que solo quienes mantienen cierto grado de autonomía frente a los elementos de mediación establecidos dentro del sistema tecnológico, podrán actuar de manera liberadora y tomar el control sobre su propio bienestar.
Estos últimos apuntes nos llevan al campo de la gestión del bienestar dentro del paradigma ecosocialista, se acercan algunas propuestas que aspiran a ser ilustrativas del punto.
El bienestar y la sustentabilidad de las relaciones socio-ecológicas
Siguiendo ahora a Riechmann y Carpintero (2013) quienes toman la noción de bienestar de Manfred Linz (2007. p.12) y comprenden al bienestar “Como un compuesto de tres elementos: riqueza en bienes, riqueza en tiempo y riqueza relacional». En este sentido aparte del crecimiento y el progreso tecnológico, la tercera estrategia clásica en la economía para lograr el bienestar social y la satisfacción de las necesidades siempre ha sido una mejor redistribución de los recursos disponibles. Los resultados históricos del desarrollo al día de hoy permiten revalorizar las posibilidades de aplicar estrategias redistributivas en muchas dimensiones y escalas del metabolismo socioeconómico, obligando a las clases más pudientes a reducir su presión y apropiación sobre la energía, los materiales y la generación de residuos (Honty, 2013) y de esta forma liberando recursos y espacio ambiental para lograr un “buen vivir”, una «vida buena» (Riechmann, 2011; Jackson, 2011) o un desarrollo a escala humana (Max-Neef, 1998), y esto es también cambios en la estructura de propiedad.
Continuando con Riechmann y Carpintero (2013), al nuevo modelo de Recursos – Producción – Distribución – Consumo – Residuos se aplican los principios de: renovabilidad en las fuentes energéticas; cierre de ciclos de materiales en los procesos productivos y diseño anti-obsolescencia; principio de precaución; y suficiencia, redistribución y autocontención con regulación democrática.
La suficiencia y autocontención no corresponde a una moderación individual del consumo, sino a un proyecto de sociedad vivir mejor con menos, encauzado por poderes públicos democráticos, diferentes a los de las democracias realmente existentes. Y esto, sin ponerse en contra de la mencionada ética de la libertad, “apunta a superar el déficit de regulación del capitalismo neoliberal/neoconservador mediante mecanismos de planificación democrática de la economía» (Riechmann 2010: 49). Con respecto a esto último hay muchos planteos interesantes que han surgido en la segunda mitad del siglo XX y continúan surgiendo alrededor de los socialismos de mercado, democracia económica y planificación democrática de la economía (Fernández Buey y Riechmann, 1996; Schweickart, 2006), sin dejar de prestar atención y dejando margen de acción a las configuraciones territoriales auto-organizadas.
En la actualidad, una alternativa de izquierda que incorpore verdaderamente los límites y las estrategias socioecológicas en sus principios tendría que tener entre sus bases la urgencia por readaptar las fuerzas productivas, producir, transportar y consumir menos y diferentes bienes económicos, además de crear las condiciones políticas y culturales para una responsabilización colectiva sobre lo que se produce y luego se consume.
E. S. Barrios, D. Estin Geymonat y G. Giordano
Referencias:
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– De Sousa Santos, B. (2009). Una epistemología del Sur. CLACSO. México.
– Ellul, J. (1980). The technological society. The Continuum Publication Corp. USA.
– Fernández Buey F. y J. Riechmann, (1996). Ni tribunos. Ideas y materiales para un programa ecosocialista. Madrid: Siglo XXI.
– Furtado C. (1971). Desarrollo y subdesarrollo. Eudeba. Buenos Aires.
– González-Maya José F, Luís R Víquez, Iván Cruz-Lizano & Amancay A Cepeda. (2012). Repensando la restauración ecológica en Latinoamérica: ¿Hacia dónde queremos ir?. En: Revista Latinoamericana de Conservación.
– Honty, G. (2013). “Energía en las transiciones” en Ecuador ¿estamos en transición hacia un país postpetróleo? María Amparo Albán, Tadeu Breda, Miguel Castro, Marco Chíu, Karen Hildahl, Gerardo Honty, Carlos Larrea. CEDA, Centro Ecuatoriano de Derecho Ambiental.
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– Jackson, T. (2011): Prosperidad sin crecimiento. Barcelona: Icaria.
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– Linz, M., J. Riechmann, J. Sempere, (2007): Vivir (bien) con menos. Barcelona: Icaria.
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